fragmentos, Propios, tratamiento

prueba [tratamiento#2]

¿Cómo se lo explico? ¿Usted ha sentido que le rasgan la garganta en vertical? ¿O que le arrancan el estómago? No, no como un dolor normal o un cólico, es una sensación de vacío ahí donde debe ir el estómago ¿Ha sentido que su corazón no aguanta más y se va a parar? Pero no por cansancio, no es eso, es una ansiedad que lo golpea, que lo lastima y lo siente agitado y, si se mira las manos, las va a ver temblorosas aunque realmente no lo estén; se lo aseguro. Es una frustración que se le quiere salir de un grito, de uno que no se acabe nunca, porque usted no quiere que ese grito termine, quiere morirse con él porque sabe que si no se muere en ese instante, se larga a berrear como un niño de brazos y ese lloriqueo aumenta la frustración, el vacío, la impotencia por la nada; usted de veras añora que ese grito no termine porque cuando suceda, va a querer ir por una pistola para pegarse un tiro, o amarrarse una soga en el cuello. Se lo aseguro que no quiere que se acabe, ni siquiera que comience, como a mí, que ya se hizo inevitable y ni tengo soga o pistola, pero sí un balcón que me está invitando a saltar; se hizo inevitable porque cuando termine de hablarle, no me va a quedar nada más: esto es lo último, lo único. Entonces esto es algo así como una despedida, y le tocó a usted.

Lo lamento si le molesta o si lo hace sentir mal, créame, no es mi intención, usted nada tiene que ver, pero no hubiera podido encontrar alguien mejor para desahogarme; usted, la persona perfecta, la víctima si lo quiere ver así. Y de verdad lo siento, pero es el riesgo de toparse con extraños. No, no es necesario que intente hacerme hablar de más, no es su obligación ni mucho menos, usted no se preocupe por eso; le prometo que no lo hago responsable de lo que suceda porque ¿qué culpa tiene de estar en estas? Nadie podría culparlo; aún si partiera ya, nadie podría hacerlo, yo dejaría por escrito que nada tuvo que ver… si tuviera cómo. Se lo aseguro. ¿Tiene pluma y papel?

Estándar
fragmentos, Propios, tratamiento

cuento {sintitulo(aun)}[tratamiento#4-fragmento]

La aguja se zarandea y palpa delicadamente entre los surcos, cada sima, cada pico. Acaricia con gentileza el vinilo y lo descifra golpe tras golpe como leyendo en braille. Viaja estática en una espiral descubriendo la historia de una veleta que se carcome en el olvido. Y la historia, entre cuasi imperceptibles siseos, se apodera apaciblemente de las habitaciones dejando el rastro de la brisa mediterránea que estremeció a la veleta y luego la corroyó con su ausencia. El sol irrumpe a tientas por entre las celosías y expone de manera mediocre, un regordete sofá de terciopelo verde –ajado y moteado por los inexorables hábitos de un felino– que disimula su cojera con un pequeño arrume de revistas y libros de bolsillo; al frente, un pequeño televisor gris que descansa sobre un mueble sostiene detrás suyo, como un par de cuernos metálicos que se yerguen dubitativos hacia el techo en un ángulo obtuso, una antena doble de aire rendida al ajetreo en su juntura, por la mala recepción de la señal. Bajo el sofá que descansa frente al televisor, bajo la mesa magullada y polvorienta e impregnada de refresco y leche seca y llena de revistas rasgadas con artículos triviales que está entre el televisor y el sofá, y bajo el mueble improvisado que sostiene al televisor, yace una alfombra del color sucio del invierno de la que se desprenden infinitas partículas diminutas excitándose ocasionalmente con el compás de los graves.

Estándar
completo, Propios

Tautología de una madre

Eliana Jaramillo Gaviria
Agosto 15 2012.

Esta semana volví a soñar con usted mijo, y desde eso me siento otra vez en la sala cuando termino los quehaceres en la casa, me siento a tejerle un saco que llevo por la mitad. Ya no sé cuántas prendas le he tejido esperando a que venga por ellas, así sea para eso no más que vuelva.  Me quedo tejiendo hasta las doce más o menos y de cuando en cuando miro por la ventana, casi segura de que no lo voy a ver allá afuera pero no se me muere la esperanza de que de pronto esté usted por ahí; no de que vaya a tocar la puerta pero que de pronto esté cerquita mirando para acá con ganas de venir a saludar o de volver para quedarse.  Su papá antes se molestaba mucho porque me quedaba hasta tarde tejiéndole; usted sabe cómo es él, orgulloso, como usted, salieron igualitos; pero a él el corazón se le ablandó mucho y lo he visto pararse en la puerta mirando hacia todos lados. Yo sé que buscándolo. Y hubo un tiempo en que salía dos o tres veces a la semana para el centro, por la zona donde duermen los vagabundos, lo sé porque Amparito, la mujer de don Tulio lo vio varias veces por esos lados y me contó; me contó que se la pasaba por allá horas y horas dando vueltas y hablando con mendigos y mostrándoles lo que, piensa ella, era un foto suya. Eso sucedió en la época en que Francisco, el primo de Rubi lo vio a usted, mijo, o eso dice él, que lo vio todo andrajoso durmiendo en una acera hace dos años ya. Él contó que al principio no lo reconoció pero que le resultó familiar, y luego se acordó de su cara, pero como iba en bus apurado para el trabajo, no tuvo manera de devolverse. Su papá lo quiere mucho a usted y no lo olvida ni por un momento, es más, últimamente se le nota más ensimismado y hasta amargado y lo veo muy desmejorado de salud  pero se hace el fuerte conmigo, ya le diré por qué. De verdad lo quiere mucho, no le quite la oportunidad de arreglar las cosas antes de que sea tarde.

Yo no sé cuántas cartas le he escrito ya, ni sé cuántas veces le pude haber repetido lo mismo entre una y otra, pero siento que debí hacerlo. Ni siquiera sé si llegue el momento en que usted lea esta carta o las demás, yo espero que sí y por eso las escribo, para comunicarme con usted de alguna manera, para que sepa que yo nunca lo olvidé ni lo voy a olvidar, que yo nunca voy a dejar de quererlo y que su papá tampoco. Pero más que esperar a que llegue a leer esto, espero que volvamos a vernos, que podamos volver a comer los tres juntos como una familia, que en esta casa se vuelva a escuchar una risa, se vuelva a sentir alegría porque ya se nos olvidó cómo es eso. Yo todavía le tengo la habitación como la dejó; vuelva con nosotros mijo, o llámenos, déjenos saber de usted que el desasosiego por no saber nada nos hace todo más pesado a su papá y a mí y se nos acaba el tiempo, y yo sé que nosotros le importamos, que usted no nos ha olvidado, yo no puedo desaferrarme a esa idea mijo porque si lo hago no me queda sino la amargura.

Yo no sé si pueda terminarle el saco ni sé si pueda escribir otra carta o sentarme de nuevo en la sala para ver si usted está por ahí. Mi salud está muy mala y sé que es grave, pero no he querido contarle a su papá aunque estoy casi segura de que él o sabe o se lo imagina y que por eso no me demuestra debilidad ni achaques. Yo voy a intentar terminarlo y las cartas se las voy a entregar a Luz Beatriz en caso de que usted llegue a comunicarse con ella. Si no puedo tenerlo cerca de nuevo en vida, sólo espero que cuando me esté yendo, pueda yo soñarnos a los tres juntos en el comedor desayunando el calentado que tanto les gusta a usted y a su papá y estemos felices una vez más, como antes. Lo quiero mijo, su papá y yo lo amamos.

Lo seguimos esperando, siempre.


Creación en conjunto con Eliana Jaramillo Gaviria.

Aparece en la revista Binarius de la Universidad EAFIT: http://bdigital.eafit.edu.co/binarius/binarius_3/index.html#/70/

Foto: Eliana Jaramillo Gaviria.

Todos los derechos reservados.

Estándar
Propios, reseña

Un día perfecto para el pez plátano [J.D. Salinger]

La primera vez que escuché de Salinger fue hace varios años. No lo leí, supe de él por un cuento cuyo nombre es igual al de una novela de otro autor reconocido. Yo buscaba la novela porque deseaba regalársela a mi papá; quería que tuviera el gusto de releerla cuando quisiera ya que alguna vez me dijo que era de los libros que más le había gustado hasta ese entonces. Pero en vez de toparme con lo que buscaba, me topé con el cuento de J.D. Salinger. Esa vez, ese primer contacto fue somero pero muy arrogante de mi parte porque él estuvo para que lo leyera y simplemente le desprecié.

Luego de mucho tiempo vuelvo a encontrármelo y decido (con humildad) leer aquel cuento que me recordaba la novela que años atrás busqué. Lo hice porque su nombre me ligaba de alguna forma a esa búsqueda que tuve por querer dar un gusto a alguien amado.

Fue decepcionante. No porque el cuento sea malo, sino quizás por el hecho de esperar algo debido al nexo emocional que podía tenerle al nombre y que simplemente no sucedió. Releí el cuento unas veces más intentando encontrarle algo que fuera de gusto, pero no pasó.

Dejé a Salinger quieto unos días y luego decidí leer en orden su libro ‘Nueve cuentos’ esperando encontrar algo que me atrajera. El primero en la lista fue ‘Un día perfecto para el pez plátano’ y fue por ese por el que me incliné a dar mis impresiones; no sin antes haber leído otros de sus relatos.

Un Día Perfecto para el Pez Plátano es un cuento que aparece dividido en tres partes:

La primera es una conversación telefónica entre Muriel y su madre. En la conversación se discute la estabilidad mental de Seymour Glass, el esposo de la joven, que llegó de la guerra y ha comenzado a tener un comportamiento extraño, peligroso frente a la familia de Muriel. Ésta última no parece prestarle mucha atención a dicha conducta que en varias ocasiones ha sido aberrante y suicida. La conversación pasa de discutir lo peligroso que puede llegar a ser Seymour a comentar banalidades sobre el tipo de gente que se aloja en el hotel; o el vestido que lleva una mujer y cómo lo lleva. En esta parte se bosqueja una situación; se genera una intención de lo que podría ser el desenlace de la historia.

Personalmente el diálogo de esta primera parte me gustó porque es espontáneo, con algunas divagaciones y es en ocasiones fragmentado por sus interlocutoras sin volverse tedioso.

La segunda parte del cuento desvía momentáneamente la atención de lo que se contó al principio sin realmente hacerlo porque Salinger crea un enlace sutil con la primera línea de Sybil Carpenter (Es un juego de palabras en el idioma original: “See more glass” que es una forma tosca –infantil- de referirse a Seymour Glass y en la traducción queda como ‘Ver más vidrio’). Pero este enlace puede perderse para el lector (en su idioma original, ya que en el libro existe una nota del traductor) y dejar al personaje (al joven, como lo nombra constantemente Salinger) como un individuo cualquiera hasta que se va desvelando su comportamiento a medida que se avanza en la historia.

Seymour va apareciendo como un ser enajenado que parece discurrir entre lo real y lo que para él puede serlo, lo que hace complicado en ocasiones diferenciar si su conducta con Sybil es inocente o maliciosa. Seymour es un hombre que quedó traumatizado por vivir la guerra como soldado. Regresa a su país marcado, ensimismado, indiferente a su mujer y a lo que lo rodea exceptuando, aparentemente, la inocencia que perdió y que intenta recuperar de alguna manera en su diálogo con Sybil. Pero dentro de ese diálogo de aparente inocencia en el que intenta eludir una realidad contrastante a lo que pudo haber vivido en la guerra, surge la lucidez del adulto que no le permite olvidar lo que lo rodea, lo que le espera; y es ese el momento en que aparece el pez plátano como una posible metáfora. ¿Pero una metáfora de qué realmente? Al principio lo asumí (al pez plátano) como un reflejo del mismo Seymour  por lo que tuvo que vivir en la guerra y por lo que llegó a convertirse a raíz de ella. Luego pensé que el pez plátano podría referirse al consumismo de las personas, al egoísmo de cada quién y su deseo por abarcar de manera enfermiza, y cómo Seymour se volvió más susceptible a ese comportamiento luego de ser dado de baja y regresar.

Finalmente decidí por no aferrarme solamente a una de esas dos maneras de verlo, sino a que pudiera ser una mezcla de ambas. Pero podría estar equivocado y asumo mal la intención del escritor quien pudo haber plasmado una tercera opción ajena a mi percepción. De cualquier forma, la experiencia que tengo con este cuento no se fundamenta en vislumbrar un real significado de dicha metáfora, sino a la manera en que está escrito y a las emociones que me produjo.

La parte final de la historia sucede muy rápido y finaliza de manera abrupta. Se podría decir que termina en punta aunque como mencioné antes, al principio se genera una intención de lo que puede ser este final; pero aun si fuera predecible para el lector, Salinger le da poco tiempo para asimilarlo.

En algún momento discutí sobre Salinger con alguien y me contó que era conocido (entre otros cosas) por su manejo de la voz infantil y esto se ve con claridad en el personaje de Sybil Carpenter. Pero no solamente se ve en ‘Un día perfecto para el pez plátano’, también se ve su gran manejo de dicha voz en ‘El hombre que ríe’, ‘El bote’ y en ‘Para Esmé con amor y sordidez’. La voz femenina que maneja Salinger también es, a mi juicio, impecable, y un ejemplo de ello se encuentra en ‘El tío Wiggily en Connecticut’ y en ‘Justo antes de la guerra con los esquimales’.

‘Un día perfecto para el pez plátano” recoge la voz infantil, la voz femenina y la voz de un soldado (otra que es recurrente en los cuentos de Salinger) y las trabaja durante casi todo el cuento en diálogos; cosa que es lo que más me atrajo de la historia. Los personajes son muy pulidos y Salinger deja que sean ellos los que cuenten la historia por medio de la conversación más que de la narración. Él solamente interviene en los momentos en que debe hacerlo y lo hace de manera muy simple pero efectiva con frases cortas “…-Sí, mamá -dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha…”y metódicas “…Se lo quitó. Tenía los hombros blancos y estrechos. El traje de baño era azul eléctrico. Plegó el albornoz, primero a lo largo y después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que se había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima el albornoz plegado. Se agachó, recogió el flotador y se lo puso bajo el brazo derecho. Luego, con la mano izquierda, tomó la de Sybil…”.

Estándar
Propios, reseña

Sangre en los jazmines [Hernando Téllez]

Mal enemigo ~ Enemigo malo: Diablo

Mi primera impresión de Téllez fue que era un escritor que gustaba de mostrar las cosas de forma concisa, sin complicación aparente para el lector, pero que adentrándolo en un ambiente tenso y que al final parece abofetearlo, lo cual, en mi opinión, realiza con efectividad. Mi siguiente experiencia fue con «Sangre en los jazmines», cuento que relata la historia de un joven y su mamá, ambientado en la problemática social y política de la Colombia de la primera mitad del siglo veinte. El joven, Pedrillo, «un mocetón de veinticinco años, lo que se llama un mocetón, bronco y fuerte, a quien le decían Pedrillo por puro chiste» (manera en que lo describe Téllez) es buscado por los guardias rurales en su casa; antes de ser encontrado, este alcanza a escapar pero regresa a auxiliar a su madre que es atacada por «esos malditos hombres (…)»; con la mala fortuna de ser atrapado y torturado siendo además su madre testigo de la excitación con que los guardias lo iban ejecutando.

En el cuento, Téllez nos muestra a un Pedrillo adolorido, lastimado [«Las heridas del brazo habían tomado una escandalosa coloración de tomate maduro y el brazo abultaba hasta reventar»], realmente adolorido, tan gráfico en su descripción y tan simple, tan eficaz, haciendo sentir (como sintió la pobre mamá Rosa) al lector como suyo, el dolor de Pedrillo. Nos muestra a un Pedrillo adolorido y mermado, pero ansioso por pelear y más que por él, por mamá Rosa; lo deja claro Téllez; porque morir era fácil, pero que fuera torturado ante mamá Rosa «lo atormentaba más que todo». Nos muestra también a su madre, la de Pedrillo; una mamá Rosa caricaturesca en su descripción [«con su mata de pelo, partida en dos»] y preocupada lo más que podría preocuparse una madre por su hijo, con el rostro «vuelto ceniza» al ver llegar a los guardias. Describe Téllez a mamá Rosa como una más de esas madres viviendo en la Colombia de esa época y tan consciente de ello: «Si me matan, que me maten. Dios sabrá. Tantas otras Mamás Rosas habían muerto así en los últimos meses que ella no iba a ser ciertamente una novedad».

La historia es narrada por una tercera persona que lo sabe casi todo; a veces es aseverativa a veces dubitativa, y siempre es empática con mamá Rosa y con la situación de Pedrillo. Esto último introduce la idea de que lo que viven estos dos personajes lo vive quien narra, percatándose uno de que realmente no es así y haciendo difuso por momentos discernir quién siente qué en el cuento. Lo que sí es claro es lo intrínseco de la relación entre los sentimientos de Pedrillo y mamá Rosa, significando esto que Pedrillo y mamá Rosa son un solo personaje y por ello comparten el mismo dolor.

Son muchas las cosas que me agradan de Sangre en los jazmines: No se torna prolijo al relatar, no es presuntuoso con el lenguaje permitiendo así un nicho más amplio para los lectores, no se ase de descripciones chabacanas ni de palabras toscas; cosa que a mi parecer puede estar caracterizando a su autor. Tiene además (el relato) un toque fino de poesía inherente; abrazado en su estructura por una anáfora al principio de ciertos párrafos y que es el primero de ellos el que da el primer paso pero de manera sutil.

A pesar de lucir quizás sencillo, sin muchas ambiciones en su narrativa, Sangre en los Jazmines pareciera haber sido muy mimado al momento de escribirse y pulirse. Su intención inicial es la generar tensión, drama, pero en cada releída se descubre algo nuevo en el relato, ya sea de la historia o de los personajes. El final, los dos últimos párrafos son impresionantes, condensan todo lo que se experimenta en la lectura de los anteriores. El penúltimo de por sí podría ser el final del cuento, pero por alguna razón Téllez nos da un bono con ese último párrafo que sería pecado no canjearlo. Esa última escena que me obsequia Téllez la imagino como un western en tecnicolor proyectada en una pared y yo viéndola emocionado, casi descompuesto, deseando noséqué en ese final antes de que la película comience a palmear el carrete.

Estándar
fragmentos, Propios, tratamiento, Uncategorized

fragmento [tratamiento#1-en_proceso][02.09.2014.2111]

Pienso que a todos nos pasa que, en muchas ocasiones, sentimos que ya fue suficiente de todo, y lo mejor es  renunciar, renunciar completamente. Y uno suele evadir ese sentimiento y continuar. Esos momentos llegan a veces, continuamente y bombardean la cabeza; entonces los pensamientos se deforman y si existía algún tipo de norte en la vida, se hace irreconocible; la brújula se avería, el corazón se apachurra y todo se vuelve una confusión. Uno suele salir de eso (no todos). Es como una selva, un camino enramado, ramas espinosas; un camino espeso en el que la única manera de salir es abrirse paso con el propio cuerpo. Sí, querido, es verdad que muchos sucumben antes de llegar; es un laberinto y encontrar la salida no es fácil y la salida no es siempre la misma. Es algo muy engañoso, ¿sabes? De seguro que sí. El asunto es que si uno logra salir, el cuerpo, que es realmente el alma, sale lastimado, herido y sangrante y toma un tiempo recuperarse, y al hacerlo, mira uno las cicatrices, sí, la experiencia, y se siente bien, se siente orgullo. La verdad es que no todos lo toman así; yo hablo desde mis vivencias e intento generalizar lo que he aprendido, hombre, pero lo hago porque sé que a otros les ha sucedido así y los he visto caer en el intento. Si miras toda tu vida, ves que a través de ella, hay muchos momentos que te marcan; unos más intensos que otros, inclusive unos que te avergüenzan y otros que los justificas, y puede que te estés mintiendo, que hayas sido flojo por caer en ello pero piensas que no podía ser de otra manera y te sientes orgulloso del resultado final. Lo noto en tus ojos, en esa sonrisa nerviosa que intenta esconderse, y en el fondo sabes que fuiste un debilucho por permitirte caer de esa manera tan tonta. Las consecuencias en cada uno son diferentes, sí, te lo digo por experiencia; a algunos esas cicatrices los vuelven fuertes y al mismo tiempo insensibles, al igual que los callos que te permiten funcionar tu adminículo para el trabajo diario; a otros, las cicatrices los dejan vacíos por dentro sin la suficiente fuerza para sostenerse, se tornan en tejido muerto sin ningún tipo de valor. Aparente. A veces hay que encontrarle el valor que se esconde bajo su superficie para lograrlo.
Te preguntas por qué tanta palabrería. No lo hagas, simplemente sigue ahí, así como yo sigo acá; total no será por mucho. tiempo. Probablemente olvidarás luego todo esto, querido, y está bien ¿por qué no habría de estarlo? Yo lo haría, pero no puedo. Tú sí. Uno tiene un límite, uno, sí, yo, ya sabes que intento generalizar por las cosas que he vivido. Uno tiene un límite, y el de cada cual puede estar más acá o más allá, de cualquier forma no importa, aunque podría importar dependiendo del contexto, ¿cierto?, claro que sí, pero para este caso, querido, no importa. Lo que importa es haber llegado al él. Yo, por ejemplo, lo alcancé. Llegué y lo crucé, y miro hacia atrás y nada tiene sentido, casi nada; digamos que lo importante ya lo no tiene, y si eso sucede, ¿qué lo tiene? Muy pocas cosas. Tú ya sabes lo que vine a hacer yo acá. ¿Por qué no en un sitio alejado de todo, te preguntas? ¿Por qué a pesar de que ya casi nada importa, vengo a este lugar a pasar mis últimas horas en vez de estar en, por ejemplo, un bosque donde no podrían encontrarme y las posibilidades de lograr mi cometido serían más altas? Es la misma razón por la que a un condenado a muerte se le otorga un último deseo; por la que éste decide darse un último gusto y fumarse un cigarrillo o disfrutar platos exquisitos antes de acabar rostizado. Quiero eso, terminar con un gustillo en el alma antes de irme; mirar por el ventanal la inmensa ciudad, ver todas esas luces titilando, querido, y saber que cada una multiplica la vida, que hay miles, millones de historias bajo el calor que producen. Es hermoso saber que todo continúa. No quiero que me veas llorando, prometí no derramar lágrimas, porque podrían confundirse con arrepentimiento. Y no es así. Siempre me gustó cómo esa hilera de allá forma una gran zeta. Me encanta este lugar, es un buen lugar para irse; la iluminación, me encanta la iluminación de este lugar. La opulencia. Cuando lo veía desde afuera sentía deseos de vivir aquí, sentía que lo merecía. Ordenar el desayuno, almorzar con un martini, pasar la tarde con bellas mujeres, en las noches fiestas desenfrenadas; pensaba que lo merecía, creo que aún lo pienso, por algo estoy aquí ¿cierto? Es una manera de fantasear con esos momentos acá en solitario, ¿ya te dije que me encanta la luz de este lugar? Imagino que alguien afuera está también mirando las luces de la ciudad, y entre todas ellas, está escondida ésta, y quizás esa persona piense lo mismo que yo acerca de las historias que calienta cada una con su brillo blanco, amarillo, prismático, e increíblemente una de esas historias es la mía; es una lástima que termine así, pero no puede ser de otra forma. Si me hubieras preguntado treinta años atrás, si hubieras estado con la conciencia suficiente en ese entonces para haberlo hecho, cómo acabaría mi vida, te habría respondido, qué sé, que hubiera muerto de un paro cardíaco mientras estaba con alguna mujer, por esta edad más o menos, pero no de esta manera. Aunque no me culpo, bueno, lo hice pero me perdoné, y dar esta clausura no es un castigo sino un descanso, algo que merezco desde poco más de una década, porque estoy cansado, querido, fatigado hasta los tuétanos…
Estándar
fragmentos, Propios, tratamiento, Uncategorized

cuento {tres_llamadas_perdidas}[tratamiento#2-fragmento]

Unos pocos rayos develaban tenuemente la palidez de la cantera que se ve desde el balcón, y en su puerta, reflejaban otros más débiles que golpeaban a León y lo bosquejaban entre las últimas sombras de la madrugada; se notaba vagamente el peso de las noches en sus párpados hinchados. El golpeteo mecánico de las picas y escodas, y el zumbar de la maquinaria no había comenzado aún. León solía disfrutar esa melodía monótona que lo arrullaba luego de despedir a Esther para el trabajo; le gustaba acertar en los cambios del tempo de los golpes, previos a la hora de almuerzo y entre las cuatro de la tarde y el final de la jornada, cuando el agobio comienza a azotar la voluntad de los trabajadores. Hacía un tiempo que no caía en la cuenta de ello. Había perdido el interés.
Sentado en la sala, haciendo girar su celular sobre la mesa, escuchaba caer el agua en el baño. Debía de desprenderse de la ducha y golpear delicadamente los hombros desnudos de Esther, deslizarse sobre sus senos y sumergirse en su ombligo; bajaría por sus muslos, recorriendo todas sus piernas hasta morir en el desagüe, extasiada, como él.
Estándar
completo, Propios, Uncategorized

un adiós [07.26.2013.1943]


No necesité más amor que el de mi madre. Es verdad. No necesité más.
El de mi hermano lo disfruté el tiempo que lo tuve. Mi hermano… Él fue incondicional. Hasta que perdió la inocencia. Digo, sus ojos comenzaron a brillar por lo que encontró afuera de la casa y se opacaron acá adentro. Y se fue. No lo culpo. Cada quien hace lo que debe. Él es él y no lo culpo.  Es como si nos hubiera perdido el amor…dicen que las cosas pasan por alguna razón… O simplemente le cambió; no sé. Tal vez se perdió la incondicionalidad de lo que es un amor de hijo, un amor de familia, qué se yo. Como sea, no importa… imagino que tenía que pasar No dejará de ser mi hermano. No… fue mejor así, retener a la gente es… Espero que algún día vuelva; que se acuerde de.
Mi mamá… ¡cómo no amarla! Cómo no adorarla. Cómo no sentirme culpable por verla acabarse con cada día que pasaba, con cada amanecer, con cada necesidad mía. Cómo no sentir ira conmigo por verla a mi mamita tan adorada desgastándose por mi culpa. ¡Ella sola!… por mi culpa. Mi mamita, tan adorada, ¡tan fuerte en su fatiga! Nunca quise que pasaras por tanto tanto tú sola. Pero sé que lo has hecho, y que ha sido con todo el cariño, con todo el amor. Te lo agradezco, de veras que sí. Sé que lo veías en mi mirada ¿cierto?
Es difícil saberse condenado tan rápido y que se acabe todo tan pronto porque el mundo se limita y se va achicando. Porque se me volvió una miniatura de cuatro por cuatro y porque si hubiera tenido alguna posibilidad de agrandarlo, el tiempo sería insuficiente. Ya lo es; pero no estoy para quejarme. Ya acepté mi suerte y estoy tranquilo porque disfruté lo que tuve y porque por fin, en medio de un dolor que espero no le dure para siempre, ella va a ser libre como se lo merece.
Estándar
fragmentos, Propios, tratamiento, Uncategorized

cuento [tratamiento#3-fragmento]

La hierba, la misma hierba; fatigada por un sol indolente en una supuesta tarde de julio. Fatigada y asfixiada bajo los pies descalzos y los porrazos de un balón deshilachado como el de otrora. Pero el sol no era el mismo; se sumía entre un brillo artificial y un firmamento afligido; era un sol postizo, como mi felicidad junto a aquellos que volvía a tener en frente y que solía frecuentar para evitar una reclusión infestada de estribillos sobre lo bueno y lo malo. Aparecían igual de idiotas y aún más torpes. Actuaban como autómatas, sin conciencia, parecían moverse por una desidia difícil de definir; sin carácter, como antes. Con estos como con los otros, intentar jugar se convertía en un ruego constante y colérico. Deseaba hacerlo pero el deseo se menguaba por la lentitud de mis movimientos; eran pesados y lograba recorrer muy poco en un campo interminable. Me sentía angustiado, cansado. El sol comenzó a derretirse con un grito de tía Luisa; lagrimeaba chispas que flotaban en el ambiente y que caían, casi arrullándose, hacia la hierba. Permanecí extático observando las centellas caer y fundirse tímidamente en la grama mientras el alarido se estiraba garabateando mi nombre…
Estándar
completo, fragmentos, Propios, tratamiento, Uncategorized

epiphanīa [tratamiento#2-fragmento]

En su interior un espacio inagotable se colmaba de árboles otoñales, pétreos, como una extensión de sí mismo que surgían del ocre estéril y subían a refundirse en su propia corteza los más cercanos a ella o a perderse en la infinita lobreguez los más lejanos. De los troncos sobresalían, como queriendo escapar, rostros que parecían soportar el peso eterno de sus vicios y faltas; un dolor incurable surcaba las facciones de algunos mientras otros se exhibían estoicos en su reclusión perpetua. El suelo se enmarañaba con las raíces que brotaban de sus entrañas, serpenteantes, sofocadas, obstaculizando la marcha…
Estándar