Pienso que a todos nos pasa que, en muchas ocasiones, sentimos que ya fue suficiente de todo, y lo mejor es renunciar, renunciar completamente. Y uno suele evadir ese sentimiento y continuar. Esos momentos llegan a veces, continuamente y bombardean la cabeza; entonces los pensamientos se deforman y si existía algún tipo de norte en la vida, se hace irreconocible; la brújula se avería, el corazón se apachurra y todo se vuelve una confusión. Uno suele salir de eso (no todos). Es como una selva, un camino enramado, ramas espinosas; un camino espeso en el que la única manera de salir es abrirse paso con el propio cuerpo. Sí, querido, es verdad que muchos sucumben antes de llegar; es un laberinto y encontrar la salida no es fácil y la salida no es siempre la misma. Es algo muy engañoso, ¿sabes? De seguro que sí. El asunto es que si uno logra salir, el cuerpo, que es realmente el alma, sale lastimado, herido y sangrante y toma un tiempo recuperarse, y al hacerlo, mira uno las cicatrices, sí, la experiencia, y se siente bien, se siente orgullo. La verdad es que no todos lo toman así; yo hablo desde mis vivencias e intento generalizar lo que he aprendido, hombre, pero lo hago porque sé que a otros les ha sucedido así y los he visto caer en el intento. Si miras toda tu vida, ves que a través de ella, hay muchos momentos que te marcan; unos más intensos que otros, inclusive unos que te avergüenzan y otros que los justificas, y puede que te estés mintiendo, que hayas sido flojo por caer en ello pero piensas que no podía ser de otra manera y te sientes orgulloso del resultado final. Lo noto en tus ojos, en esa sonrisa nerviosa que intenta esconderse, y en el fondo sabes que fuiste un debilucho por permitirte caer de esa manera tan tonta. Las consecuencias en cada uno son diferentes, sí, te lo digo por experiencia; a algunos esas cicatrices los vuelven fuertes y al mismo tiempo insensibles, al igual que los callos que te permiten funcionar tu adminículo para el trabajo diario; a otros, las cicatrices los dejan vacíos por dentro sin la suficiente fuerza para sostenerse, se tornan en tejido muerto sin ningún tipo de valor. Aparente. A veces hay que encontrarle el valor que se esconde bajo su superficie para lograrlo.
Te preguntas por qué tanta palabrería. No lo hagas, simplemente sigue ahí, así como yo sigo acá; total no será por mucho. tiempo. Probablemente olvidarás luego todo esto, querido, y está bien ¿por qué no habría de estarlo? Yo lo haría, pero no puedo. Tú sí. Uno tiene un límite, uno, sí, yo, ya sabes que intento generalizar por las cosas que he vivido. Uno tiene un límite, y el de cada cual puede estar más acá o más allá, de cualquier forma no importa, aunque podría importar dependiendo del contexto, ¿cierto?, claro que sí, pero para este caso, querido, no importa. Lo que importa es haber llegado al él. Yo, por ejemplo, lo alcancé. Llegué y lo crucé, y miro hacia atrás y nada tiene sentido, casi nada; digamos que lo importante ya lo no tiene, y si eso sucede, ¿qué lo tiene? Muy pocas cosas. Tú ya sabes lo que vine a hacer yo acá. ¿Por qué no en un sitio alejado de todo, te preguntas? ¿Por qué a pesar de que ya casi nada importa, vengo a este lugar a pasar mis últimas horas en vez de estar en, por ejemplo, un bosque donde no podrían encontrarme y las posibilidades de lograr mi cometido serían más altas? Es la misma razón por la que a un condenado a muerte se le otorga un último deseo; por la que éste decide darse un último gusto y fumarse un cigarrillo o disfrutar platos exquisitos antes de acabar rostizado. Quiero eso, terminar con un gustillo en el alma antes de irme; mirar por el ventanal la inmensa ciudad, ver todas esas luces titilando, querido, y saber que cada una multiplica la vida, que hay miles, millones de historias bajo el calor que producen. Es hermoso saber que todo continúa. No quiero que me veas llorando, prometí no derramar lágrimas, porque podrían confundirse con arrepentimiento. Y no es así. Siempre me gustó cómo esa hilera de allá forma una gran zeta. Me encanta este lugar, es un buen lugar para irse; la iluminación, me encanta la iluminación de este lugar. La opulencia. Cuando lo veía desde afuera sentía deseos de vivir aquí, sentía que lo merecía. Ordenar el desayuno, almorzar con un martini, pasar la tarde con bellas mujeres, en las noches fiestas desenfrenadas; pensaba que lo merecía, creo que aún lo pienso, por algo estoy aquí ¿cierto? Es una manera de fantasear con esos momentos acá en solitario, ¿ya te dije que me encanta la luz de este lugar? Imagino que alguien afuera está también mirando las luces de la ciudad, y entre todas ellas, está escondida ésta, y quizás esa persona piense lo mismo que yo acerca de las historias que calienta cada una con su brillo blanco, amarillo, prismático, e increíblemente una de esas historias es la mía; es una lástima que termine así, pero no puede ser de otra forma. Si me hubieras preguntado treinta años atrás, si hubieras estado con la conciencia suficiente en ese entonces para haberlo hecho, cómo acabaría mi vida, te habría respondido, qué sé, que hubiera muerto de un paro cardíaco mientras estaba con alguna mujer, por esta edad más o menos, pero no de esta manera. Aunque no me culpo, bueno, lo hice pero me perdoné, y dar esta clausura no es un castigo sino un descanso, algo que merezco desde poco más de una década, porque estoy cansado, querido, fatigado hasta los tuétanos…